Significantes que flotan
(vida, muerte y lenguaje?)
Imaginemos una obra en la que se repiten muchas veces y de maneras diferentes una serie de signos o figuras.
Mallarmé pensó en algún momento que si se pudiera provocar el torrente permanente e indiscriminado del decir, en algún punto de este flujo sería pronunciado el nombre de dios. “Decir” todo el lenguaje de esta manera es imaginar, por ejemplo, todas las combinaciones posibles de sus palabras y por tanto el recuento fortuito de todas las ideas que ese lenguaje pudiera contener.
También los números tienen esa vocación gregaria, voluntaria y fortuita a la vez, por las asociaciones y los contextos.
En una época también las imágenes vivieron como manadas errantes antes de convertirse primero en específicos íconos y luego gestos únicos de lo individual (entonces vino aquello que aún hoy seguimos amando: cada picasso es específico y se diferencia de otros picassos, pero todos los picassos se parecen a Picasso).
La idea de producir una obra en la que ciertos elementos se comporten remedando los números, las palabras o los ideogramas (vale decir, producir una obra en la que ciertos elementos negocien su sentido en función del contexto en el que aparecen), puede obedecer a cierta inconformidad ante el gesto creador, o a la voluntad de resaltar la importancia del proceso antes que de la obra específica, o simplemente al puro placer por hacer visible el flujo del lenguaje. Imagino que otra manera de describir estos brincos y estas repeticiones puede también ser la manifestación un “animismo del lenguaje”. Lo que tal vez haya estado presente en el impulso de Mallarmé cuando quiso sumergirse en el torrente del decir.
Capelán Guayaquil, junio 2006